En un bonito pueblo lleno de casitas blancas y rodeado de montañas vivía Terri, un cachorrito de pelo gris que, a pesar de lo pequeño que era, pasaba todo el día paseando en busca de comida. No tenía a nadie y siempre estaba muy triste porque todos los perritos que conocía, vivían con alguna familia y los querían como a uno más.
Todas las tardes, Terri se acercaba al parque para ver como jugaban los niños y las niñas, que siempre iban acompañados de sus mamás y de sus papás. Un día, mientras Terri buscaba algo para comer, se le acercó un gato con grandes ojos verdes y, al ver lo triste que estaba, le preguntó:
-¿Qué te pasa?
-Estoy buscando comida porque tengo hambre -dijo Terri.
-¿No tienes una familia? -le preguntó el gato.
-Yo no sé lo que es eso. Cuando era muy, muy pequeño me dejaron en el parque y desde entonces vivo solo. No tengo casa pero me encantaría vivir con una mamá y con un papá que me quieran -contestó el perrito.
-Yo vivo cerca del colegio, ven conmigo y te daré algo para comer –le dijo el gato.
El pobre cachorrito acompañó a su nuevo amigo hasta la casa donde este vivía. Era una casa muy bonita con un jardín. Justo al lado, estaba la escuela del pueblo, pero como era muy tarde, no había niños jugando.
–Espera un momento –le dijo el gatito, que entró en su casa y, al cabo de un rato, salió con una bolsa que sujetaba con sus dientes.
-Toma, aquí tienes para comer. Ven mañana por la mañana y te daré algo más.
Terri se marchó y a la mañana siguiente acudió de nuevo a casa de su amigo. Mientras esperaba, observaba a todos los niños y niñas que entraban en el colegio. Se acercó a ellos pensando que no le harían caso pero… ¡todos empezaron a acariciarlo y a jugar con él! Terri no se lo podía creer. ¡Estaba jugando como los demás perros! De repente, se acercó uno de los profesores del cole. Se quedó mirándolo y se dio cuenta de lo triste que estaba.
-Este perrito está sucio y muy delgaducho, necesita un buen baño y comida –dijo el profesor.
Cogió a Terri y le dio de comer, lo lavó y le puso una bonita correa de color rojo al cuello.
Su pelo gris brillaba y no paraba de ladrar de lo contento que estaba. Entre todos los niños y todas las niñas le construyeron una casita en el patio del colegio porque, los profesores y profesora habían decidido que Terri no viviera nunca más solito. Se quedaría allí con una gran familia que le iba a querer siempre, siempre.
Todos los días jugaba con su amigo el gato que vivía al lado, lo llevaban al parque para correr y divertirse y nunca más estuvo triste.
¡Por fin tenía una familia!.
(Álvaro Solís Galera)
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